sábado, 25 de marzo de 2017

ANIVERSARIO MUERTE DEL MARQUÉS DE SANTILLANA


El Marqués de Santillana, nombre por el que es conocido Íñigo López de Mendoza, I marqués de Santillana, I conde del Real de Manzanares y señor de Hita y de Buitrago del Lozoya (Carrión de los CondesPalencia19 de agosto de 1398 - Guadalajara25 de marzo de 1458), fue un militar y poeta español del Prerrenacimiento, tío del también poeta Gómez Manrique y emparentado también con los poetas Jorge Manrique y, ya en el siglo XVI, Garcilaso de la Vega.

BIOGRAFIA

Personaje clave en la sociedad y la literatura castellana durante el reinado de Juan II de Castilla, provenía de una familia noble inclinada desde siempre a las letras: su abuelo, Pedro González de Mendoza, y su padre, el Almirante de Castilla Diego Hurtado de Mendoza, fueron también poetas.

También sus hijos continuaron esta labor literaria y de mecenazgo cultural, sobre todo el gran Cardenal Pedro González de Mendoza. Su madre fue la riquísima Señora de la Casa de la VegaLeonor Lasso de la Vega, la cual estuvo casada en primeras nupcias con Juan Téllez de Castilla, II Señor de Aguilar de Campoo e hijo del Infante Tello de Castilla y por este lado materno estuvo emparentado con grandes figuras literarias de su tiempo, como el Canciller Pedro López de AyalaFernán Pérez de Guzmán o Gómez Manrique.

Su padre falleció teniendo él cinco años (1404), lo que motivó que su madre, Leonor, tuviera que actuar con gran habilidad para conservar su herencia paterna (señoríos de Hita y de Buitrago del Lozoya, etc.). Parte de su infancia la pasó en casa de Mencía de Cisneros, su abuela. Posteriormente, se formó con su tío, el arcediano Gutierre, que más tarde sería Arzobispo de Toledo.

Muy joven, Íñigo se casó en Salamanca en 1412 con Catalina Suárez de Figueroa, hija del fallecido Maestre de SantiagoLorenzo I Suárez de Figueroa, con lo cual su patrimonio aumentó en mucho, transformándole en uno de los nobles más poderosos de su tiempo.

Marchó al poco a Aragón, junto al séquito de Fernando de Antequera, y allí fue copero del nuevo rey Alfonso V de Aragón, donde sin duda conoció la obra de poetas en provenzal y catalán que menciona en su Proemio. Literariamente se formó en la corte aragonesa, accediendo a los clásicos del humanismo (VirgilioDante Alighieri...) y de la poesía trovadoresca al lado de Enrique de Villena; en Barcelona trabó relación con Jordi de Sant Jordi  copero, y Ausiàs March, halconero real. En Aragón hizo estrecha amistad también con los Infantes de Aragón, en cuyo partido militaría hasta 1429. Allí, por último nació en septiembre de 1417 su primogénito, Diego Hurtado de Mendoza y Suárez de Figueroa, futuro duque del Infantado.

Regresó a Castilla al tiempo de la jura del rey Juan II de Castilla y participó en las luchas de poder entre Enrique de Aragón y Álvaro de Luna, en el bando del primero. Estuvo junto a él en el golpe de Tordesillas y en el cerco del castillo de La Puebla de Montalbán, en diciembre de 1420.

Tras la prisión de don Enrique, regresó a sus posesiones de Hita y Guadalajara. En 1428nació en Guadalajara su sexto hijo, el que sería Cardenal Mendoza.

Como político, procuró a partir de 1422 inmiscuirse lo menos posible en los asuntos de Estado y mantener a lo largo de su vida la fidelidad al rey Juan II. Ello le llevó a enemistarse primero con los infantes de Aragón en 1429, al no apoyar la invasión de Castilla por parte del rey de Navarra en el verano de aquel año (batalla del río Araviana del 11 de noviembre del mismo año); y más tarde, a partir de 1431, se enemista con el privado real Álvaro de Luna, aunque no por ello volvería a militar en el bando de los aragonesistas. En 1437 es enviado a Córdoba y a Jaén, arrebatando a los moros Huelma y Bexia. Así describe Gonzalo Fernández de Oviedo estas andanzas en sus Batallas y quincuagenas:

Diré en suma cómo se ovo como prudente capitán este señor; porque haviendo tomando aquella villa [Huelma] por combate, retraydos los moros a la fortaleza, Íñigo López combatió aquel castillo. Y ya que se le querían dar los moros, estando en aquesta plática, dixéronle que el rey de Granada venía con todo su poder a socorrer aquella villa. Íñigo López quiso cavalgar y salir al campo, y los cavalleros que con él estavan se lo contradecían y aconsejavan otra cosa, y él les dixo que no le parecía cosa hacedera a cavallero curar del trato estando en el campo los enemigos. Y así determinado y queriendo salir, supo que no era verdad la venida del rey de Granada y la fortaleza se dio.

De nuevo vuelve a tener fricciones con don Álvaro a causa de los numerosos litigios con que este lo compromete, llegando incluso a tener que defender con las armas sus propias tierras invadidas por el Condestable y Juan II. Gravemente herido se retiró a sus territorios de Guadalajara, confederándose con los Cerda y pasando con ellos a una posición neutral.

En la primera batalla de Olmedo (1445) estuvo en las filas del ejército real, donde las Coplas de la panadera lo pintan así:

Con fabla casi extranjera, / armado como francés, / el noble nuevo marqués / su valiente voto diera, / e tan recio acometiera / con los contrarios sin ruego, / que vivas llamas de fuego / paresçió que les pusiera (249-256).

Como recompensa por su ayuda el Rey le concedió el título de Marqués de Santillana (a ello alude el poema con "el noble nuevo marqués") y el condado del Real de Manzanares. Ya el año anterior, 1444, había recibido la confirmación real del privilegio a su favor de los derechos que la Corona tenía en las Asturias de Santillana.

Don Íñigo contribuyó claramente a la caída de don Álvaro de Luna, apresado y ajusticiado en la plaza pública de Valladolid (1453) y contra él escribió su Doctrinal de privados; a partir de entonces comienza a retirarse de la política activa. Su última gran aparición se produce en la campaña contra el reino nazarí de Granada de 1455, ya bajo el reinado de Enrique IV de Castilla. Ese mismo año muere su mujer, doña Catalina de Figueroa, y el Marqués se recluye en su palacio de Guadalajara para pasar en paz y estudio los últimos años de su vida. El 8 de mayo de 1455 hizo testamento, estando en Guadalajara, y dota en 1456 varios monasterios fundados por él con anterioridad, y fallece en su palacio caraceño el 25 de marzo de 1458.

Hombre de gran cultura, llegó a reunir una importante biblioteca, que después pasó a ser la famosa biblioteca de Osuna, y se rodeó de brillantes humanistas que le tenían al tanto de las novedades literarias italianas, como por ejemplo Juan de Mena o su secretario y criado, Diego de Burgos, quien compuso a su muerte un muy erudito poema, el Triunfo del Marqués. Según sus contemporáneos, su carácter era el de un estoico imperturbable al cual "ni las grandes cosas le alteran ni en las pequeñas le placía entender" (Hernando del Pulgar), algo que confirma Juan de Mena cuando le escribió: "Sois al que a todo pesar y placer / facedes un gesto alegre y seguro". Pero fue el citado Pulgar su primer biógrafo, y pintó así su semblanza:

Fue omme de mediana estatura, bien proporcionado en la compostura de sus mienbros, e fermoso en las faciones de su rostro, de linaje noble castellano e muy antiguo. Era omme agudo e discreto, y de tan grand coraçón que ni las grandes cosas le alteravan ni en las pequeñas le plazía entender. En la continencia de su persona e en el raçonar de su su fabla mostrava ser omme generoso e magnánimo. Fablava muy bien, e nunca le oían dezir palabra que no fuese de notar, quier para dotrina quier para plazer. Era cortés e honrrador de todos los que a él venían, especialmente de los ommes de ciencia. [...] Tovo en su vida dos notables exercicios: uno, en la disciplina militar, otro en el estudio de la ciencia [...] Tenía grand copia de libros, dávase al estudio, especialmente de la filosofía moral, e de cosas peregrinas e antiguas. Tenía siempre en su casa doctores e maestros con quien platicava en las ciencias e lecturas que estudiava. Fizo asimismo otros tratados en metros e en prosa muy dotrinables para provocar a virtudes, e refrenar vicios: e en estas cosas pasó lo más del tiempo de su retraimiento. Tenía grand fama e claro renombre en muchos reinos fuera de España, pero reputava mucho más la estimación entre los sabios que la fama entre los muchos.

Gonzalo Fernández de Oviedo, en sus Batallas y quincuagenas, insiste más en su faceta de gran y valeroso guerrero:

Comenzó a ser reputado por muy varón, por causa de los trances militares que con moros y christianos ovo, aunque en la batalla de Araviana con los aragoneses, y en otra que dicen de Torote, perdió ambas jornadas; pero de la una y de la otra quedó honrado y herido, y no desestimado, sino estimado en esas y otras muchas batallas, por valiente capitán.

En cuanto a su obra literaria, es fruto del cruce de dos tendencias, una culta predominante y otra popular menos representada. Entre los presupuestos directos de su obra se encuentra la cultura clásica grecolatina (CésarSalustioTito LivioSénecaHomeroVirgilioAristóteles...), la cristiana (la Biblia) y las literaturas contemporáneas catalana (Ausiàs March, "hombre de asaz elevado espíritu", en sus propias palabras, o Jordi de Sant Jordi), gallega, provenzal, castellana y, sobre todo, francesa e italiana (Guillaume de LorrisDante AlighieriFrancesco Petrarca) y se conoce sobradamente su intento fracasado de insertar el endecasílabo y el soneto en la tradición métrica y estrófica castellana por medio de sus 42 sonetos fechos al itálico modo, en que tendrá más fortuna ya en el siglo XVI su pariente Garcilaso de la Vega. Sobradamente conocido es su juicio sobre las poesías populares castellanas "con las que la gente baxa y servil se alegra"; pero su entusiasmo por la tradición culta no empece que esta última influencia, aunque minoritaria y esclava de la otra, se incluya en su obra mediante colecciones de proverbios como los Refranes que dicen las viejas tras el fuego, en que asume la condensada sabiduría popular como asimilable a sus elevados ideales filosóficos estoicos, o en sus Serranillas, en que la refinada tradición culta de la pastorela provenzal se ayunta y une a la popular castiza de la serrana.

A su obra culta pertenece el primer esbozo de historia de la literatura o crítica literaria escrito por un autor castellano, el Prohemio e carta al condestable don Pedro de Portugal, decisivo para la comprensión de su labor literaria y que es al mismo tiempo una poética del prerrenacimiento, una preceptiva y una historia de la literatura europea de entonces. Como poética define la literatura como algo sublime y útil elaborado por una retórica belleza en que la lírica destaca sobre toda prosa:

Como es cierto este sea un celo celeste, una afección divina, un insaciable cebo del ánimo, el cual, así como la materia busca la forma, y lo imperfecto la perfección, nunca esta ciencia de poesía y gaya ciencia buscaron ni se hallaron sino en los ánimos gentiles, claros ingenios y elevados espíritus. ¿Y qué cosa es la poesía, que en el nuestro vulgar 'gaya ciencia' llamamos, sino un fingimiento de cosas útiles, cubiertas o veladas con muy hermosa cobertura, compuestas, distinguidas y escandidas por cierto cuento, peso y medida? Y ciertamente, muy virtuoso señor, yerran aquellos que pensar quieren o decir que solamente las tales cosas consistan y tiendan a cosas vanas y lascivas; que bien como los fructíferos huertos abundan y dan convenientes frutos para todos los tiempos del año, así los hombres bien nacidos y doctos, a quien estas ciencias de arriba son infusas, usan de aquellas y del tal ejercicio según las edades. Y si por ventura las ciencias son deseables, así como Tulio quiere, ¿cuál de todas es más prestante, más noble y más digna del hombre, o cuál más extensa a todas especies de humanidad? Ca las oscuridades y cerramientos de ellas, ¿quién las abre, quién las esclarece, quién las demuestra y hace patentes sino la elocuencia dulce y hermosa habla, sea metro, sea prosa? Cuanta más sea la excelencia y prerrogativa de las rimas y metros que de la suelta prosa, sino solamente a aquellos que de las porfías injustas se cuidan adquirir soberbios honores, manifiesta cosa es. Y así, haciendo la vía de los estoicos, los cuales con gran diligencia inquirieron el origen y causas de las cosas, me esfuerzo a decir el metro ser antes en tiempo, y de mayor perfección y más autoridad que la suelta prosa.

Otras consideraciones literarias asoman en los prólogos o prohemios que antepuso a sus diversas obras, las Glosas a los proverbios, comentario de su propia obra; la Lamentación en profecía de la segunda destrucción de España, cuyo asunto toma de la Crónica general. Nos han llegado también algunas cartas suyas, verbigracia a Alonso de Cartagena Sobre el oficio de la caballería, o a su hijo sobre la utilidad de las traducciones, etcétera. Entre sus ha citados Sonetos fechos al itálico modo destacan "Clara por nombre, por obra e virtud", "Sitio de amor con gran artillería" y "En el próspero tiempo de las serenas" y en especial un grupo de obras doctrinales constituido por los Proverbios de gloriosa doctrina en versos de pie quebrado y el Diálogo de Bías contra Fortuna, que constituye una defensa del estoicismo muy imbuida de sus lecturas de Séneca dirigida a su primo el Conde de Alba, detenido por el Condestable, al que anima a soportar con paciencia el infortunio. De carácter político y moral son el Doctrinal de privados, una valiente proclama dedicada a su enemigo don Álvaro de Luna, y Otras coplas del dicho marqués sobre el mesmo caso.

Otras obras son de corte alegórico e inspirados en la literatura italiana y las sutilezas cortesanas de la filosofía de amor: la Denfunssión de Don Enrique de Villena, su amigo y maestro, de empaque grandioso, con intervención de la Naturaleza y del poeta, provista de pequeños y sorprendentes detalles de gran vigor poético; Coronaçión de Mossén Jorde, en que alaba al poeta catalán Jordi de Sant JordiEl planto de la reinaMargaridaQuerella de amor ("Ya la gran noche passaba / e la luna se escondía"); Visión, una de sus obras maestras; el Infierno de los enamorados, inspirado en el canto sexto del Inferno de Dante Alighieri; el Trionfete de amor, que adapta y reelabora uno de los Triunfos de Francesco Petrarca; la Comedieta de Ponça, una epopeya en coplas reales dodecasílabas sobre la naval batalla de Ponza que es el más extenso de sus poemas alegóricos y la Canonización del maestro Vicente Ferrer.

De inspiración más popular son las piezas reunidas bajo el marbete de Canciones y deciresy sus clásicas Serranillas. Destaca también el Cantar que fizo el Marqués de Santillana a sus fijas loando su hermosura.

LINAJE

Don Iñigo López de Mendoza fue progenitor y cabeza de la poderosa casa ducal del InfantadoGrandes de España.

Casa natal del Marqués de Santillana en Carrión de los Condes (Palencia, Castilla y León).

Escudo de armas de las casa de Mendoza en la casa natal del Marqués de Santillana en Carrión de los Condes (Palencia, Castilla

Coplas de El infierno de los enamorados en un manuscrito del siglo xv.

lunes, 20 de marzo de 2017

CIEN DÍAS



El periodo conocido como los Cien Días (en francés Cent-Jours), o Campaña de Waterloo, comprende desde el 20 de marzo de 1815, fecha del regreso de Napoleón a París desde su exilio en Elba, hasta el 28 de junio de 1815, fecha de la segunda restauración de Luis XVIIIcomo rey de Francia. Este periodo pone fin a las llamadas Guerras Napoleónicas, así como al imperio francés de Napoleón Bonaparte.

«El Gran Pilar del Triunfo», un cartel satírico sobre el regreso de Napoleón desde Elba del caricaturista británico J. Gillray.

La expresión Cien Días fue usada por primera vez por el prefecto de París, Conde de Chabrol, en su discurso de bienvenida al rey, y se usa también para referirse a la guerra de la Séptima Coalición. Este periodo conoció el último de los conflictos del largo periodo napoleónico, y tanto el Reino Unido como RusiaPrusiaSueciaAustria y algunos Estados alemanes declararon en el Congreso de Viena al Emperador francés fuera de la ley y no lo reconocieron como líder de la nación francesa, aliándose en su contra.

EL REGRESO DE ELBA

Napoleón había permanecido durante once meses en un intranquilo retiro en Elba entre 1814 y 1815, observando con mucho interés el transcurso de los acontecimientos en Francia. Tal como él había previsto, la contracción del antiguo gran Imperio a sólo el reino de la vieja Francia provocó un gran malestar, un sentimiento alimentado además por las historias sobre la falta de tacto con que la monarquía borbónica trataba a los veteranos de la Grande Armée. La situación en Europa no era menos peligrosa; las demandas del Zar Alejandro I eran tan desorbitadas que las potencias en el Congreso de Viena se hallaban al borde de una guerra entre ellas. Toda esta situación conducía a Napoleón a una renovada actividad. El retorno de los prisioneros franceses desde RusiaAlemaniaGran Bretaña y España podría proporcionarle un ejército mucho mayor que aquel que se había ganado renombre en 1814. La amenaza que aún suponía Napoleón había llevado a los monárquicos en París y a los plenipotenciarios en Viena a discutir la conveniencia de deportarle a las Azores, y algunos iban aún más lejos, proponiendo su asesinato.

Napoleón, sin embargo, resolvió el problema en su forma característica. El 26 de febrero de 1815, aprovechando el descuido de la guardia francesa y británica, embarcó en Portoferraiocon unos 600 hombres y desembarcó el 1 de marzo en Golfe-Juan, cerca de Antibes. Excepto en la Provenza (que siempre fue proclive a la monarquía borbónica), recibió en todas partes una bienvenida que atestiguaba el poder de atracción de su personalidad en contraste con la nulidad de la del Borbón. Sin disparar un solo tiro en su defensa, su pequeña tropa fue creciendo hasta convertirse en un ejército. Ney, quien había dicho de Napoleón que debía ser llevado a París en una jaula de hierro, se unió a él con 6.000 hombres el 14 de marzo. Cinco días más tarde, el Emperador entraba en la capital, de donde Luis XVIII acababa de huir apresuradamente.

EL RETORNO DEL EMPERADOR

Una vieja anécdota sirve como ejemplo ilustrativo del carisma y la personalidad de Napoleón: Su ejército se enfrentaba a las tropas enviadas por el rey para detenerle; los hombres de cada bando formaban en líneas y se preparaban para disparar. Antes de iniciarse el fuego, Napoleón caminó hacia el centro de ambas fuerzas, encarando a los hombres del rey y abriendo su pechera mientras decía: «¡Si alguno de vosotros es capaz de dispararle a su emperador, hacedlo ahora!». Poco más tarde, todos los hombres se unían a su causa.

También es conocida la que refiere las pintadas aparecidas en París, que decían: «Ya tengo suficientes hombres, Luis, no me envíes más. Firmado Napoleón», que expresaba el sentir en la capital desde antes de la llegada del Emperador.

Napoleón no se dejó engañar por el entusiasmo que despertaba en las provincias y en París. Sabía que sólo el ansia de cambio y el desprecio hacia el viejo rey y sus codiciosos cortesanos le habían conducido a esta victoria incruenta. Instintivamente sabía que ahora debía vérselas con una nueva Francia que no toleraría el despotismo. En su camino hacia París se había prodigado en promesas de reforma y de un gobierno constitucional. Para poder llevar a cabo estas promesas, primero debía terminar con el miedo que provocaba en las grandes potencias.

UN NAPOLEÓN MÁS DÉBIL

Ésta fue la principal tarea que se impuso a sí mismo durante los Cien Días. Se podría dudar sobre si su capacidad física y mental podrían llevarla a cabo. Existen evidencias que permitirían afirmar que su salud se había resentido. Algunas personas (como CarnotPasquierLavalette y Thiébault) pensaban que se hallaba prematuramente envejecido y debilitado. Otros, sin embargo, no distinguían ningún cambio, mientras que Mollien, que conocía bien al Emperador, atribuía la laxitud que le afectaba a la perplejidad por las circunstancias cambiantes. Esta explicación es la que parece aproximarse más a la verdad. El autócrata se sentía presionado por todas partes ante la necesidad de presentarse como un soberano constitucional, y al mismo tiempo que se desprendía de una buena parte de la anterior rigidez, perdía también mucha de la vieja energía, tanto en pensamiento como en capacidad de acción. La suya era una mente que trabajaba maravillosamente sobre los hechos y caminos bien conocidos. Ahora existía una nueva necesidad de compromiso con los mismos hombres que anteriormente habían sido simplemente sus herramientas, pero cuando dejó los asuntos parlamentarios atrás y volvió al campo de batalla, mostró prácticamente todas las capacidades de iniciativa y resistencia que habían caracterizado su más brillante plan estratégico: la campaña de 1814.

Fechar su declive, como hace Chaptal, a partir de los fríos de la campaña de Moscú, es claramente incorrecto. El tiempo que duró su letargo en Elba pudo haber sido más desfavorable para su capacidad que los fríos de Rusia. En Elba, tal como indica Sir Neil Campbell, se convirtió en una persona inactiva y con sobrepeso. A esto habría que sumar que a partir de 1815 comenzó a sufrir retenciones de orina intermitentes, aunque no de gravedad. En conjunto, parece segura la afirmación de que fueron los cambios en Francia, más que los cambios en su salud, los que condujeron al manifiesto constreñimiento del Emperador durante los Cien Días. Sus palabras a Benjamin Constant: «Me estoy haciendo viejo. El descanso de un rey constitucional podría satisfacerme, pero es más seguro que satisfaga a mi hijo» muestran que en su mente abarcaba las salidas a su situación, pero sus instintos se rebelaban contra ellas. De ahí su mal tanto físico como mental.

LOS DESAFÍOS DE LA NUEVA FRANCIA

Los intentos de los monárquicos le dieron pocas preocupaciones: el Duque de Angulemareclutó una pequeña fuerza para Luis XVIII en el sur, pero en Valence se deshizo frente a las comandadas por Grouchy, y el Duque firmó el 9 de abril un convenio por el cual recibía el perdón del Emperador. Los monárquicos de la Vandea se rebelaron más tarde, causando también un problema mayor, pero la dificultad central estaba en la Constitución. El 13 de marzo de 1815 Napoleón había publicado un edicto en Lyon disolviendo las cámaras u ordenando la convocatoria de una convención masiva a nivel nacional, conocida como «Campo de Mayo», con el propósito de modificar la constitución del Imperio napoleónico. Este trabajo fue llevado a cabo por Benjamin Constant, de acuerdo con el Emperador. La resultante Acte additionel (documento que suplía a las constituciones del Imperio) concedía a Francia una cámara hereditaria de Pares y una cámara de representantes electa por los «colegios electorales» del Imperio, los cuales comprendían a una centésima parte de los ciudadanos de Francia. Como Chateaubriand remarcó, en referencia a la Carta Constitucional de Luis XVIII, la nueva Constitución, la Benjamina, como era apodada ésta, no era sino una Carta mejorada. Su estado incompleto disgustaba a los liberales; sólo garantizaba 1.532.527 votos en el plebiscito, menos de la mitad que en los plebiscitosdurante el Consulado.

Toda la muestra de entusiasmo en el Campo de Mayo (que tuvo lugar el 1 de junio de 1815) no podía esconder el descontento por el pobre cumplimiento de las promesas hechas en Lyon. Napoleón terminó su discurso con las palabras: «Mi voluntad es la de la gente: Mis derechos son los suyos»; palabras que sonaron huecas, como pudo verse cuando el 3 de junio los diputados elegían como presidente de la Cámara a Lanjuinais, el firme liberal que se había opuesto frecuentemente al Emperador. Este último fue disuadido con mucha dificultad para que no anulara la elección.

Posteriormente se presentaron nuevos motivos para la ofensa, y Napoleón les advirtió en su último comunicado que no imitaran a los griegos del antiguo imperio, quienes se enzarzaban en sutiles discusiones mientras el enemigo llamaba a sus puertas. Al día siguiente (12 de junio de 1815), Napoleón se dirigiría a la frontera norte. Su espíritu se animó con la perspectiva de unirse de nuevo con su ejército. En Santa Elena, el emperador había comentado a Gourgaud que pretendía disolver las cámaras tan pronto como hubiera conseguido la victoria.

EUROPA CONTRA NAPOLEÓN

De hecho, sólo las armas podían decidir su destino, tanto en los asuntos exteriores como internos. Ni Francia ni el resto de Europa se tomaron en serio la declaración de su satisfacción por el nuevo papel de monarca constitucional de Francia. Ninguna potencia europea creía que pudiera contentarse con los antiguos límites de Francia. Habían sido tantas las veces que había declarado que el Rin y los Países Bajos eran necesarios para Francia, que todos tomaban su nueva postura como una forma de ganar tiempo. Y tanto fue así que el 13 de marzo de 1815, seis días antes de su llegada a París, las potencias en el Congreso de Viena le declararon fuera de la ley. Cuatro días más tarde, el Reino UnidoRusiaAustria y Prusia se comprometían a aportar 150.000 hombres al combate para terminar con su gobierno. El recuerdo que éstas tenían de su conducta durante el Congreso de Châtillon fue determinante para tomar esta decisión. Los esfuerzos de Napoleón por separar a Austria de la Coalición, así como la apasionada tentativa diplomática de Fouchéen Viena, fueron infructuosas.

Napoleón sabía que, una vez que sus intentos de disuadir a una o más de las potencias aliadas de invadir Francia habían fracasado, su única posibilidad de permanecer en el poder era atacarles antes de que los aliados pudieran reunirse en una fuerza abrumadora. Si lograba destruir a las fuerzas aliadas existentes en Bélgica antes de que se reforzaran, estaría en condiciones de atacar a los ingleses conduciéndolos al mar, mientras expulsaba a los prusianos de la guerra; una estrategia que le había servido en anteriores ocasiones.

BATALLA DE WATERLOO

El inicio de la batalla de Waterloo, el 18 de junio, se demoró durante bastantes horas mientras Napoleón esperaba a que el suelo del campo de batalla se secara de la lluvia de la noche anterior. A últimas horas de la tarde, el ejército francés no había conseguido expulsar a las fuerzas aliadas de Wellington de la colina donde se habían hecho fuertes. Una vez que los prusianos llegaron, atacando el flanco derecho francés en número cada vez mayor, el punto clave de la estrategia de Napoleón de dividir a los ejércitos enemigos había fallado, y su ejército era empujado de sus posiciones por el avance combinado de los aliados. A la mañana siguiente, la batalla de Wavre terminó con una victoria francesa que ya no servía para nada. El ala de Grouchy del ejército del norte se retiraba en orden, y otros elementos del ejército francés se encontraban en condiciones de unirse a él. Sin embargo, el ejército ya no tenía la fuerza necesaria para resistir a las fuerzas aliadas combinadas, por lo que se retiraron hacia París.

LA CAÍDA  DEL EMPERADOR

Al llegar a París, tres días después de Waterloo, Napoleón aún mantenía la esperanza de preparar una resistencia nacional, pero el ambiente en las cámaras y en la opinión pública en general le impidió llevarla a cabo. Él mismo y Lucien Bonaparte estaban solos en la creencia de que, disolviendo las cámaras y declarando la dictadura de Napoleón, podrían salvar a Francia de los ejércitos de las potencias que ahora convergían sobre París. Hasta Davout, ministro de la guerra, advirtió a Napoleón de que el destino de Francia sólo se podía hallar en las cámaras, lo cual era verdad.

La carrera de Napoleón, que había conducido a Francia mucho más lejos de lo que se encontraba a principios de 1789, ahora le devolvía a su punto de partida, lo mismo que, en el aspecto físico, hicieron sus campañas entre 1796 y 1814, que al principio habían aumentado enormemente sus dominios, para luego encogerse de una forma todavía más portentosa. Ahora era claramente el momento de salvaguardar lo que aún pudiera conservarse, y esto lo podría hacer Talleyrand desde su apariencia de legitimidad. El mismo Napoleón reconoció finalmente la verdad. Cuando Lucien le presionó para que se atreviera a tomar la iniciativa dictatorial, le replicó: «Ya me he atrevido demasiado». El 22 de junio de 1815, abdicaba en favor de su hijo, Napoleón Carlos Bonaparte, sabiendo de antemano que esto era simplemente una formalidad, ya que su hijo se encontraba en Austria. El 25 de junio recibió de Fouché, el presidente del recientemente constituido gobierno provisional, la insinuación de que debía dejar París. Napoleón se retiró entonces a Malmaison, la antigua casa de Josephine, donde ésta había muerto poco después de la primera abdicación. El 29 de junio, la aproximación de los prusianos, que tenían órdenes de capturarle vivo o muerto, le hizo retirarse hacia Rochefort, donde esperaba poder embarcar hacia los Estados Unidos. La definitiva restauración de Luis XVIII tuvo lugar tras la salida del Emperador. Napoleón, sin embargo, nunca llegó a América, sino que fue capturado por las fuerzas inglesas y enviado al exilio en la isla de Santa Elena, donde pasó el resto de su vida.