Al acabar la monumental obra, Fidias no quedó plenamente satisfecho de su labor. A su exigente genio artístico le parecía poco perfecta. Y deseando conocer la opinión pública, ideó un ingenioso medio. Invitaba a la gente a entrar en el templo (para contemplar la recién terminada estatua), Fidias ocultóse detrás de ella sin ser visto por nadie. Los habitantes de Olimpia criticaron la obra sin regateos ni hipocresías. Para unos la nariz de Zeus era demasiado grande; para otros eran los labios, los ojos o la barba lo que no encontraban de su gusto en el venerado dios. Con suma paciencia escuchó Fidias las numerosas observaciones que sincera y espontáneamente hacían sus paisanos. Y como algunas le parecieron justas y atinadas, emprendió seguidamente el retoque de la gigantesca estatua de Zeus.
Días y días trabajó Fidias febrilmente en su obra. Y cuando, al fin, dio el último golpe de cincel, cuenta la leyenda que postróse de hinojos ante su majestuoso Zeus y exclamó:
-- ¿Oh, rey de los dioses...! Recibe mi obra: si la juzgas digna de ti, sírvete manifestarlo por un signo exterior.
La respuesta no se hizo esperar. Cuenta la tradición que los cielos se abrieron, retumbó un espantoso trueno, y por el espacio sin techumbre del atrio "el dios lanzó un rayo en prueba de complacencia...".
Y sólo entonces comprendió Fidias que había dado cima a su obra maestra. A partir de entonces la Antigüedad agotó las frases de elogio para ensalzar la maravillosa escultura del más genial de los artistas. Epicteto exclamaba entusiasmado:
--¿Id a Olimpia para admirar la imagen de Zeus; considerad como una desgracia morir sin haberla visto!
Todo fue bien para los griegos hasta que allá por el año 148 a.C., los romanos, acaudillados por el cónsul Mummio, invadieron la Grecia, que, después de la toma y destrucción de Corinto, fue incorporada a la República con el nombre de Acaya. Las obras de arte de Corinto fueron enviadas a Roma. Muchas de las cuales aún se exhiben en diferentes museos italianos procedentes de aquella desenfrenada rapiña.
Pero estos tesoros artísticos no colmaron los deseos de los emperadores romanos. Querían la estatua de Zeus de Olimpia. Calígula concibió el proyecto de llevar a Roma la mayor maravilla del mundo y subsistir la estatua del dios por un busto suyo de marfil. Se cuenta que cuando los enviados del vanidoso Calígula penetraron en el templo con la ridícula cabeza de su emperador, ocurrió un hecho sorprendente: en medio del impresionante silencio del templo, Zeus lanzó tan formidable carcajada al ver el busto de su substituto, que los romanos huyeron aterrados, sin intentar siquiera hacer el cambio.
Se ignora lo que sucedió luego; pero consta que Calígula abandonó el proyecto de trasladar a Roma El Zeus de Olimpia. El emperador Teodosio fue menos tímido y supersticioso: Haciendo caso omiso de las temerosas advertencias de los griegos, hizo trasladar la maravillosa obra de Fidias desde Olimpia a Constantinopla. Y a pesar de que han sido muchos los investigadores y arqueólogos que han buscado la estatua en esta última ciudad turca, jamás se ha encontrado.
En cambio, las excavaciones que iniciaron allá por el año 1834 por el alemán Curtius y otros investigadores , pusieron al descubierto casi todos los monumentos de la antigua Olimpia, y hasta el lugar donde se hallaba el trono del dios Zeus. Sin embargo, desgraciadamente, de la estatua nadie sabe nada. ¿Estará, acaso, en el fondo de las aguas del Bósforo o de los Dardanelos?.
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