Dos meses después de ser coronado Rey de Castilla tuvo lugar la repentina muerte del marido de Juana «la Loca». Unas fiebres causadas por beber agua fría terminaron en una semana con su breve e incómodo reinado
Los historiadores ven en los beneficios que consiguió Fernando «el Católico» de la muerte de su yerno un elemento altamente sospechoso. Cuando la nobleza castellana todavía estaba sopesando entre si era menos malo un rey extranjero o uno aragonés aconteció la repentina muerte de Felipe I. En pocos meses, el entonces Rey de Aragón aprovechó la supuesta locura de su hija Juana para recluirla en Tordesillas y proclamarse regente de Castilla con plenos poderes.
Felipe de Habsburgo, nacido en Brujas el 22 de junio de 1478, fue el primer monarca de esta dinastía en reinar en España. Con la intención de aislar políticamente a Francia, los Habsburgo cerraron una serie de alianzas con los Reyes Católicos a finales del siglo XV que incluían el matrimonio de Felipe «el Hermoso», hijo de Maximiliano I –Sacro Emperador Romano–, con la Infanta Juana. Curiosamente, el apelativo de «el Hermoso» se lo dio el Rey Luis XII de Francia cuando la pareja viajaba hacía España para ser coronados y se detuvieron en Blois. Allí el rey los recibió y al verle exclamó: «He aquí un hermoso príncipe».
La enemistad entre el suegro y el yerno
El primer episodio de fricción entre Felipe «el Hermoso» y los Reyes Católicos ocurrió tras la muerte del Príncipe Juan, el hermano mayor de Juana «la Loca», el 4 de octubre de 1498. En palabras del embajador español en la corte Imperial, Gómez de Fuensalida, Felipe barajó la posibilidad de reclamar las coronas de Castilla y Aragón con la ayuda del Rey de Francia, con el que mantenía unas relaciones sumamente cordiales. Fue a partir de entonces cuando creció la desconfianza de Fernando «el Católico», siempre hostil al Reino de Francia, hacia su yerno.
A pesar de la mala relación con los padres de ella, Felipe y Juana viajaron a España el 26 de enero de 1502 para ser presentados en las principales ciudades castellanas como Príncipes de Asturias y posteriormente hacer lo propio en Aragón. Sin embargo, una vez conseguido su propósito de asegurarse la herencia de los Reyes Católicos, el Duque de Borgoña anunció que quería regresar a sus posesiones norteñas. La propia Reina Isabel intentó convencerle de que era necesario que permaneciera más tiempo en España, ya que debía afianzar su autoridad en los que en el futuro iban a ser sus reinos. El 19 de diciembre de ese mismo año Felipe el Hermoso abandonó la corte de los Reyes Católicos, para desconsuelo de la Princesa Juana, que tuvo que quedarse junto a sus padres debido a que se encontraba embarazada del que sería su cuarto hijo.
Felipe «el Hermoso» solo volvería a España una vez fallecida Isabel de Castilla para tomar posesión del trono. En noviembre de 1504, Fernando proclamó a Juana Reina de Castilla y tomó las riendas de la gobernación del reino acogiéndose a la última voluntad de su esposa. Y aunque en la concordia de Salamanca (1505) se acordó un gobierno conjunto de Felipe, Fernando «el Católico» y la propia Juana, esta situación terminó con la llegada del borgoñés a la península, quien convenció a parte de la nobleza castellana, a base de regalos y concesiones, de que el suponía una amenaza menor que la procedente de un rey aragonés. El duque de Medina-Sidonia y el cardenal Cisneros no dudaron apoyar al extranjero. Visiblemente ofendido, Fernando se retiró a Aragón y Felipe fue proclamado Rey de Castilla el 12 de julio 1506 en las Cortes de Valladolid con el nombre de Felipe I. Un reinado que solo duraría dos meses.
El vaso de agua fría que marcó su muerte
Según apuntan los cronistas de la época, Felipe I se encontraba en el palacio burgalés Casa del Cordón cuando empezó a sentirse enfermo el 16 de septiembre de 1506. Al beber un vaso de agua fría tras jugar un partido de pelota sintió las primeras fiebres. En los siguientes días el estado del Monarca fue agravándose hasta presentar un cuadro de neumonía. En una carta enviada por uno de los médicos que le atendió se describen algunos de los síntomas de la enfermedad: «Estábase con la calentura y con sentimiento en el costado, y escupía sangre. Y se le hinchó la campanilla, que decimos úvula, tanto que apenas podía hablar».
Con toda celeridad, Fernando «el Católico» preparó su «asalto» al trono castellano, que en los primeros meses quedó bajo la regencia del cardenal Cisneros. Cuando el aragonés regresó a Castilla, encerró a su hija, que había mostrado un comportamiento inquietante durante el cortejo fúnebre de su marido, en Tordesillas y asumió la regencia hasta 1507. Mientras tanto, por las ciudades castellanas prendió la sospecha de que la prematura muerte de Felipe I era consecuencia de un envenenamiento. El más probable asesino para muchos no podía ser sino el máximo beneficiado de su muerte: su suegro.
Frente a aquellos rumores, los historiadores e investigaciones modernoso apuntan que la causa más posible fue la peste, enfermedad que había aparecido en la corte algunos meses antes. Asimismo, Felipe I de Habsburgo era célebre por sus numerosas relaciones extramatrimoniales y sus visitas a prostíbulos, donde era frecuente la aparición de todo tipo de infecciones y el contacto con personas de higiene descuidada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario