Nota: en toda esta guía usamos la antigua denominación de "Fuenterrabía" cuando nos referimos a su pasado histórico.
HISTORIA
Hondarribia es hoy una pequeña ciudad situada junto a la desembocadura del Bidasoa, en un paraje especialmente bello y tranquilo. Pero su ubicación estratégica, en la frontera con el vecino reino de Francia, le hizo jugar un papel bélico muy destacado a lo largo de los siglos.
La villa fue construida sobre un pequeño promontorio asomado a la bahía, en una posición muy fuerte para su defensa, y era considerada la llave del reino: la plaza que debía conquistar todo aquel que quisiera entrar en Castilla.
Su casco urbano contiene aún abundantes vestigios de su pasado heroico, como tendremos ocasión de ver, y es la única plaza fuerte bien conservada de la Comunidad Autónoma del País Vasco.
Fuenterrabía navarra
Hubo un tiempo en que Hondarribia -como toda Gipuzkoa- perteneció al reino de Navarra. Los reyes navarros fueron los primeros en comprender la importancia estratégica de este promontorio sobre la bahía, ubicado en una zona de soberanía indefinida, en la confluencia de varios reinos.
En su parte más alta levantaron una fortaleza, probablemente ya en el siglo X. Dos siglos después, al viejo reino le habían surgido poderosos enemigos, que miraban con codidia sus posesiones costeras. Si perdía Gipuzkoa –su única salida al mar- Navarra se convertiría en un reino interior, encerrado entre Castilla y Aragón. Antes o después, eso supondría su muerte.
Para evitarlo, Sancho el Sabio decidió repoblar y fortificar la costa Gipuzkoana mediante la fundación de villas. En el año 1180 funda la villa de San Sebastián y poco después las de Fuenterrabía y Getaria.
Las villas
Las villas eran poblados amurallados que se regían por las leyes y privilegios que el monarca les concedía. En medio de un mundo oscuro y sin ley, dominado por poderosos señores feudales, la seguridad que ofrecían las villas era el mejor reclamo que tenían los reyes para atraer población hacia puntos estratégicos de su territorio. Poco a poco se irá creando una tupida red de villas que irán imponiendo la ley y el orden, dando seguridad a los caminos y a las tierras fronterizas.
Fuenterrabía y San Sebastián, por su parte, eran villas especialmente fortificadas, pues además de la muralla, poseían un castillo.
El paso a Castilla
Todas las precauciones de Sancho el Sabio, sin embargo, resultaron insuficientes. En el año 1200 Navarra iba a perder para siempre su salida al mar, cuando el rey de Castilla, Alfonso VIII, decidió conquistar Alava y Gipuzkoa. Estos territorios le impedían conectar su reino de Castilla con la región de Aquitania -en la costa de Francia-, que reclamaba en herencia. De este modo, pocos años después de su fundación como villa, Fuenterrabía pasó a formar parte de Castilla.
La reclamación de Fuenterrabía como su puerto natural será una constante en la historia de Navarra, y entre ambas se mantendrán, a pesar de todo, especiales lazos económicos y comerciales. La propia villa de Fuenterrabía solicitará en varias ocasiones su reincorporación a Navarra, que sólo se efectuará, de modo fugaz, durante unos pocos años en el siglo XIX.
Fuenterrabía en el momento de su fundación
Alfonso VIII de Castilla
El nuevo dueño de Gipuzkoa, Alfonso VIII de Castilla, se apresuró a confirmar los privilegios de las villas recién adquiridas. El fuero de Fuenterrabía fue confirmado en 1203, que suele tomarse como su fecha fundacional, aunque la villa parece ser -como hemos dicho- una fundación Navarra unos años anterior.
Las principales actividades de la villa eran la pesca y el comercio. Su núcleo de población más numeroso e influyente estaba formado por comerciantes y marinos gascones, provenientes de la región de Bayona, en la costa de Francia, al igual que ocurría en las villas marítimas de San Sebastián y Getaria. Los gascones –que hablaban una lengua propia- se movían bien en los círculos comerciales europeos, y se relacionaban poco, en cambio, con los habitantes autóctonos: hasta pasado más de un siglo no empezarían a integrarse y fundirse con ellos.
Al poco de su fundación encontramos ya en Fuenterrabia todos los oficios tradicionales de la Edad Media, organizados en gremios: gabarreros, tejeros, carpinteros de ribera, puñaleros, caperos, zapateros, mesoneros, molineros, ferrones, carboneros...
La vida de Fuenterrabía no debía ser muy diferente de la de cualquier otra villa costera. Su situación fronteriza no le acarreaba demasiados problemas, pues las tierras francesas al Norte del Bidasoa -el ducado de Aquitania-, estaban desde hacía siglos en manos del rey de Inglaterra.
Siglo XV: comienza el gran protagonismo
Todo cambió de repente, cuando Francia recuperó esas posesiones en 1453, al final de la Guerra de los Cien Años. Con los nuevos vecinos, la tensión comenzó a aumentar en la frontera. De la noche a la mañana, Fuenterrabía pasó a ser una plaza de vital importancia, situada -cada vez más- en el ojo del huracán.
Desde entonces vivirá en un permanente estado de alerta. Cualquier acontecimiento podía alterar de repente la normalidad de la villa, especialmente si el monarca castellano mostraba un signo de debilidad, que estimulara la ambición de su poderoso vecino. Eso es lo que ocurrió cuando Enrique IV de Castilla tuvo problemas con su hermano, que le disputaba el trono, y la invasión de Francia parecía inminente.
La siguiente crisis tendrá lugar poco después. Muerto Enrique IV sin descendencia en 1474, le sucede en el trono su hermana Isabel la Católica, que deberá librar una guerra de Sucesión contra la otra pretendiente al trono, Juana la Beltraneja, casada con el rey de Portugal. Vizcaínos y Gipuzkoanos apoyaban a Isabel y su proyecto de unión con el reino de Aragón, mientras Francia, temerosa de un vecino fuerte, apoyó a la Beltraneja.
Asedio de 1476
Este es el contexto del primer asedio importante de la villa, ocurrido en 1476. Lo cuenta con detalle el cronista de los Reyes Católicos:
El rey de Francia se acercó a la frontera con 40.000 hombres, para hacer la guerra a la provincia de Gipuzkoa, y poner cerco a la villa de Fuenterrabía. Entendía el rey que tomada esta villa, por ser la primera y la más fuerte de toda la provincia, muy fácilmente tomaría las otras.
A continuación hace una interesante descripción de las defensas naturales de la villa:
Aunque la villa está puesta en alto y los muros de ella son altos, en las crecientes la mar la rodea por una parte y sube hasta la mitad del muro. La parte que queda en tierra está llena de torres y la disposición del lugar la hace más fuerte, porque es terreno fragoso y montañoso, donde apenas pueden andar caballos ni otras bestias.
Fuenterrabía en 1476, antes de las intervenciones de los Reyes Católicos
Los franceses entraron en Gipuzkoa, haciendo grandes destrozos y quemando las villas cercanas. El cronista relata cómo se preparó Fuenterrabía para el asedio y cómo transcurrió el primer intento de asalto a la villa:
Visto el poderío francés, los de la provincia enviaron a pedir ayuda a la reina, que estaba en Burgos. La reina envió a Don Juan de Gamboa, para que entrase en Fuenterrabia y tomase la capitanía della, y mandó a la gente de las villas y de todos los valles que fuesen a resistir a los franceses que habían entrado a hacer la guerra en sus reinos.
Entró don Juan de Gamboa en Fuenterrabía con 1000 hombres de la tierra, e hizo grandes trincheras, baluartes, fosos y otras defensas.
Los franceses se asentaron a distancia de unos 3000 pasos, y como no podían llegar a la villa para combatirla, porque lo impedían los muchos tiros de pólvora que tiraban desde dentro, acordaron hacer una trinchera abierta hasta ella.
Los de la villa decidieron entonces defenderla desde abajo, desde los baluartes y desde los refugios que tenían hechos. Para esto derribaron lo alto de las torres y de las almenas, para que si la artillería enemiga tirase al muro y lo derribase, las piedras dél que cayesen no dañaran a los que estaban debajo defendiendo la villa.
Este es un detalle interesante: vemos cómo las defensas de época medieval, basadas en la gran altura de los muros, empezaban a resultar inadecuadas para la potencia de la artillería moderna. En unos años cambiarán completamente las técnicas de fortificación, y las murallas se harán más bajas y resistentes.
Don Juan de Gamboa había realizado un gran trabajo preparando las defensas de la villa. Los franceses, viendo el poco daño que hacían, se demoralizaron pronto y a los nueve días se retiraron a Bayona, donde fueron recibidos con gran indignación. El cronista relata de este modo la segunda acometida francesa:
Sabido el rey de Francia cómo su gente no había conseguido fruto del cerco que habían hecho, volvió a enviar más capitanes y más gente, ordenando repetir el sitio con extremada diligencia y que en ningún caso lo alzasen hasta que hubiera efecto.
Entretanto los de Fuenterrabía habían fortalecido la villa con nuevas defensas y baluartes, en tal manera que ya no tenían recelo de los franceses. Y si se veían en un aprieto, estaban apercibidas todas las gentes de la comarca por mandato de la reina para ir a socorrerlos.
Tiraban de ambos bandos grandes tiros de pólvora, y llegaron a pelear en las trincheras tan juntos unos de otros que se tiraban piedras de mano. Y así duraron los franceses en aquel sitio por espacio de dos meses, en los cuales muchos días había grandes escaramuzas y peleas, donde morían muchos de una parte y de otra. Pero los franceses no podían llegar al muro por las grandes defensas que la villa tenía por fuera, y por la gran gente de dentro que la defendía.
Importancia de la plaza y solicitud de la reina
Isabel la Católica
Tras el fallido asedio quedó demostrada la importancia de esta plaza fuerte y la diligencia que había que poner en su defensa. Así lo expresaba un memorial al rey de Navarra: "porque en perderse aquella villa se pierde toda Gipuzkoa, y quédales la entrada libre para Castilla y Navarra".
De esa época tenemos ya noticia de las velas y guardas. Todos los vecinos de la villa tenían obligación grave de guardar turnos de vigilancia, vela y ronda de las fortificaciones, para evitar ser sorprendidos.
Veinte años después de aquel asedio, las relaciones con Francia vuelven a deteriorarse y nuevamente se teme un ataque inminente. Fuenterrabía vuelve al foco de atención de los Reyes. La correspondencia de Isabel la Católica con el nuevo alcalde del castillo se hace continua. Desde el principio le encarece que "esa fortaleza de Fuenterrabia es la principal de confianza y guarda de nuestros reinos".
En 1496 le ordena construir nuevas defensas en las murallas y el castillo, que se llevan a cabo dirigidas por los mejores ingenieros.
La solicitud de la reina por todo lo que ocurre en Fuenterrabía es continua: se encarga de su abastecimiento -ordenando traer mantenimientos desde Burgos y Andalucía- y se preocupa por las desavenencias con los soldados del castillo. Acababa de producirse, concretamente, un grave alboroto por la muerte que había causado un tal Montoya, y los ánimos estaban muy alterados. La reina escribe al alcaide:
"La mala voluntad que decís que los de esa tierra tienen a la gente de guerra suele proceder del mal trato que la gente de guerra les hace. Vos debéis mirar para que ninguno reciba mal trato. Proveed con diligencia lo que sea menester para quitar las ocasiones y ordenar las cosas entre ellos de modo que unos y otros vivan en paz, y quien haga lo que no debe, sea castigado”, pues dilatar el hacer justicia trae graves inconvenientes, y “en haciéndola se sanea y sosiega todo".
Al igual que ocurría en San Sebastián -la otra plaza fuerte de Gipuzkoa-, la presencia de un importante contingente de soldados dentro de la villa fue para ésta un continuo quebradero de cabeza. Los soldados -que eran forasteros y no estaban sometidos a la autoridad municipal- campaban a sus anchas, y cometían hurtos y múltiples agravios contra los vecinos. Toda la vida social se veía afectada por su presencia y son innumerables las quejas que el concejo presentó a la Corona por este motivo.
Juana la Loca y otros visitantes ilustres
La crisis con Francia se resolvió esta vez sin mayores sobresaltos, y la tregua alcanzada entre ambas monarquías hizo posible uno de los hitos que marcan la pequeña historia de la villa: la visita de Felipe el Hermoso y Juana la Loca.
Felipe el Hermoso y Juana la Loca
Llegaron los esposos a Fuenterrabía después de atravesar toda Francia camino de Toledo, donde serían reconocidos por las Cortes como legítimos herederos de la Corona.
Su estancia en la villa se demoró varios días, dando lugar a alguna sabrosa anécdota y dejando en ella pequeñas secuelas, que tendremos ocasión de comentar en nuestro paseo.
Esta será otra de las constantes en la historia de Fuenterrabía: la gran cantidad de personajes ilustres que la han visitado, y el protagonismo diplomático de la villa fronteriza. Numerosas casas del casco histórico están marcadas por estos acontecimientos.
Carlos V
Si Fuenterrabía fue ya una plaza decisiva para los Reyes Católicos, aún cobrará mayor importancia durante el reinado de su nieto, el emperador Carlos V. Esta villa será para él una plaza fuerte absolutamente primordial. Las fortificaciones que vamos a ver en nuestra visita son básicamente las que él levantó.
Cada vez que aumentaba el poder de los reinos hispánicos la tensión con Francia sufría una nueva vuelta de tuerca. Y quien ahora ocupaba su trono era nada menos que el emperador de Alemania, que con sus posesiones en Italia, Austria y los Países Bajos, rodeaba Francia por todos lados.
El monarca francés, Francisco I, no dejará pasar una sola ocasión para debilitar el poder de su gran enemigo, aunque para ello tenga que aliarse con el turco. Durante 30 años Europa asistirá a un duelo terrible entre los dos hombres más poderosos del continente.
Carlos V adolescente
La primera batalla la ganó el francés. El emperador -casi adolescente-, se hallaba fuera de la península y en plena revuelta de los comuneros, en un momento muy delicado para su reino. Le faltó tiempo a Francisco I para entenderse con el rey de Navarra, que llevaba años exiliado en Francia intentando recuperar su trono, arrebatado por Fernando el Católico una década antes.
Sin apenas resistencia, franceses y navarros entraron en Pamplona y tomaron posesión del viejo reino. A continuación -y con la misma facilidad- las tropas imperiales volvieron a recuperarlo. Perseverantes, los franco-navarros contraatacaron en la frontera, asediando Fuenterrabía hasta que cayó. Era el 18 de octubre de 1521, y esta vez la conquista sería duradera. Tres mil soldados, entre franceses y navarros, se hicieron fuertes en la plaza, haciendo ondear sobre el castillo la bandera roja, en nombre del rey de Navarra.
Durante más de dos años Fuenterrabía permaneció en su poder. La afrenta era sentida muy vivamente en toda la península, pues Europa entera sabía que el emperador había perdido Fuenterrabía: el primer bastión de su reino.
Carlos V se desvelaba por las noches pensando sólo en recuperarla. Gastó una fortuna en pagar a mercenarios alemanes, los famosos lansquenetes, que durante meses asediaron la villa. Y los últimos 4 días la sometió a un durísimo bombardeo, que dejó sus murallas y sus casas en ruinas.
Nada más recuperar la plaza, en 1524, el emperador se propuso con la mayor diligencia su fortificación. Si quería tener las manos libres para actuar en otros puntos de Europa debía cerrar bien la puerta de su reino.
Durante décadas, seguirá muy de cerca los avances de las obras, y llegó a venir en persona en 1539, para inspeccionar todo con detalle. Por muy costoso que fuera levantar muros y baluartes, siempre sería más económico que movilizar tropas profesionales en caso de perder de nuevo la plaza.
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Francisco I de Francia
La segunda batalla contra el francés la ganó el emperador, gracias a un increíble golpe de fortuna. Y también en esta ocasión Fuenterrabía jugará un pequeño papel. Se combatía esta vez en Pavía, al Norte de Italia. Cuando la batalla parecía decantarse del lado francés, ocurrió un hecho insólito: en el fragor de la batalla tres soldados consiguieron hacer prisionero al mismísimo rey de Francia.
Francisco I fue llevado a Madrid y retenido en un castillo. Al cabo de un año, la irregular situación se prolongaba ya demasiado, y al final se decidió canjearlo por sus dos hijos mayores, de 7 y 8 años de edad. El intercambio se llevó a cabo en Fuenterrabía en 1526, de modo que el rey francés pasó a engrosar la lista de visitantes ilustres de la villa, donde fue recibido con gran deferencia por el alcalde y las autoridades.
El canje se celebró al día siguiente en mitad del río Bidasoa que separa ambos reinos. Las dos comitivas salieron desde su orilla respectiva, y remaron acompasadamente para llegar al mismo tiempo a la barca neutral, que esperaba en el centro. Allí, el rey se abrazó a sus hijos, y luego se separaron nuevamente intercambiando sus destinos.
Con tal ansia deseaba el rey la libertad que al llegar a la orilla francesa, cayó de bruces al agua. Pero ¡qué podía importarle! Montó en su caballo y loco de euforia mientras cabalgaba hacia el Norte, se puso a gritar: ¡Yo soy el rey! ¡Yo soy el rey!.
Por su parte, los príncipes fueron recibidos en Fuenterrabía con igual deferencia que su padre, y luego partieron hacia Segovia como rehenes. Cuatro años después -casi adolescentes- volvieron a Fuenterrabía, para un nuevo canje -esta vez por varios arcones llenos de oro-, que se llevó a cabo por el mismo procedimiento.
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Además de los periodos de guerra abierta, en la villa se vivían con frecuencia momentos de tensión ante una invasión inminente. El peligro podía ser fruto de un engaño calculado. A veces se amagaba un ataque por el Bidasoa para ocultar la verdadera intención de embestir en Cataluña, Italia o cualquier otro punto del tablero europeo.
Régimen de privilegio
Siglo y medio durarán las continuas guerras con Francia, desdes finales del siglo XV hasta mediados del XVII, lo que duró la hegemonía española en el continente.
Durante ese tiempo, a Fuenterrabía se le exigió un esfuerzo bélico impresionante. La guerra traía una y otra vez la devastación a la villa, y grandes sacrificios en vidas humanas. Así se lo exponían al rey en un memorial: "por nuestros pecados o por la disposición del lugar fronterizo, estamos sujetos a los peligros de la guerra y hemos venido a gran pobreza, miseria y destrucción, así por la muerte de los mejores hombres de la villa como por la destrucción de nuestras heredades y navíos (...). En ningún otro lugar se ha hecho una tan total y general destrucción como en esta villa, en tal manera que sólo podrá sentirlo quien la hubiese visto antes y la viese ahora".
Para compensarla, todos los monarcas le concedieron ventajas y exenciones fiscales, hasta configurar un auténtico régimen de privilegio, que despertará la envidia de sus vecinos.
Los barcos de Fuenterrabía gozaban de preferencia en todos los puertos. Incluso en época de escasez de alimentos, los puertos del Cantábrico y de Galicia, de Andalucía y Canarias, debían proveer a esta villa de mercancías para su abastecimiento, en detrimento de sus propias necesidades. Esto provocaba las protestas de los municipios afectados, pero una y otra vez la monarquía confirmó sus privilegios. Que la plaza de Fuenterrabía estuviera bien abastecida era, en aquel tiempo, una grave cuestión de estado.
Felipe II y los austrias menores
A Carlos V le sucedió su hijo Felipe II, en cuyo imperio –según se decía- no se ponía el sol. Los frentes marítimos abiertos en tan vastos dominios eran innumerables. El rey debía echar mano de la experiencia de las villas costeras, y muy especialmente de la costa vasca, cuyos marineros tenían fama en todo el mundo. En 1574 Fuenterrabía tuvo que contribuir con naves y marineros a la flota real. Las levas se repitieron en el 75, 77, 82, 86 y, por último, en 1588 para el desastre de la Armada Invencible. Al fin, exhausta por tantos esfuerzos, la villa tiene que reconocer que no puede más. En 1604, quedó exenta del embargo de navíos y del reclutamiento de marineros para la guerra.
Todo el Reino empezaba a dar señales de agotamiento. Desde el arranque del siglo XVII, los signos de decadencia serán cada vez más preocupantes. A las grandes figuras de Carlos V y Felipe II les sucedieron los llamados “austrias menores”, dominados por sus validos. La península se despoblaba. Las arcas reales estaban vacías y los frentes que atender eran ya excesivos.
Para colmo de males, el conde-duque de Olivares –valido de Felipe IV- embarcó a España en una guerra desastrosa, llamada "de los Treinta Años". La nación pendía de un hilo, pero todo parecía poco por defender la causa católica contra el avance protestante.
El conde-duque de Olivares y el Cardenal Richelieu
El todopoderoso cardenal Richelieu, primer ministro de Francia, reía para sus adentros contemplando el idealismo suicida de su caballeroso y débil vecino. Sabía bien que no era sólo la fe lo que se jugaba en esta guerra, sino un nuevo equilibrio político en Europa, y estaba decidido a terminar para siempre con la hegemonía española. El pragmático cardenal no dudó en alinearse en el bando protestante, con tal de dar la puntilla a España, lo cual fue interpretado como una enorme traición.
El sitio de 1638
En este contexto tendrá lugar el hecho de armas más famoso y memorable de la historia de la villa: el asedio de 1638, un suceso que adquirió proporciones míticas, y que cada año se recuerda en las fiestas patronales de Hondarribia. Dejemos la palabra al cronista:
El 1 de julio de 1638, hallándose Fuenterrabía completamente desapercibida, un ejército francés de 18.000 hombres al mando del príncipe de Condé, le puso cerco, después de apoderarse de Irún, Oiarzun, Lezo, Rentería y Pasajes.
Había en la villa en ese momento, entre soldados del castillo y paisanos, 700 hombres armados, número insuficiente para su defensa. La Provincia aportó 77 vecinos de las villas cercanas, y unos días después, aprovechando la marea alta, consiguiron entrar otros 320. En total, unos 1.100 defensores debían hacer frente a un ejército muy superior y con abundante artillería.
Antes de que se cerrara el cerco, unas valerosas mujeres consiguieron llegar a escondidas hasta el santuario de Guadalupe, en la montaña, y traer la imagen de la Virgen a la parroquia de la villa. Ante ella hizo voto la ciudad de que si salía victoriosa siempre guardaría fiesta aquel día.
El ejército francés asediando Fuenterrabía (1638)
A finales de julio, a punto de cumplirse el primer mes de asedio, se leyó a los sitiados una carta del almirante de Castilla, informando de que estaba reuniendo un ejército numeroso que acudiría en su defensa. Los de la villa contestaron que se dieran prisa, pues andaban escasos de pólvora, munición y víveres, y no sabían el tiempo que podrían resistir. También se consiguió hacerles llegar una carta del rey Felipe IV, asegurando que estaba orgulloso de su valor, y prometiéndoles perpetuar su memoria y resarcirles de todos los daños.
Pasaban las semanas y la ayuda no llegaba. El 15 de agosto, día 46 del asedio y fiesta de la Asunción de la Virgen, el pueblo se reunió en la iglesia para intensificar los ruegos a su patrona. Como nada parecía cambiar, al cabo de unos días sacaron la imagen en procesión para que, viendo las ruinas de la villa, se moviera a compasión.
El 31 de agosto los franceses intentaron el asalto, utilizando escalas que los defensores repelieron lanzando pez ardiendo. En septiembre, la situación se hizo insostenible. Los muros habían caído, y el enemigo superaba el foso, los defensores eran pocos y se hallaban indefensos por falta de plomo.
Los franceses realizaron una oferta de rendición. El alcalde hizo acallar las voces que querían aceptarla: “el primero que averigüe que anda hablando de entregarnos, yo mismo lo he de coser a puñaladas”, les dijo. La respuesta oficial la dio el gobernador de la plaza diciéndoles que intentasen el asalto, que ellos no necesitaban de ayudas forasteras y que Fuenterrabía en sí misma tenía bastante para su defensa.
Nuevamente se repitieron los asaltos. Como no había brazos suficientes para cerrar las brechas, una cuadrilla de muchachos, con escopetas y mosquetes, defendieron una de las paredes de la fortaleza, subidos sobre piedras, cuando no sobre cadáveres.
Por fin, el 7 de septiembre, día 69 del asedio, llegó el ejército de socorro al mando del almirante de Castilla. Los franceses abandonaron sus posiciones y en la huida muchos de ellos murieron tiroteados y ahogados.
El almirante de Castilla, en carta a su mujer, describía la batalla empleando estos sencillos términos, que se han hecho célebres: "Amiga: como no sabes de guerra, te diré que el campo enemigo se dividió en cuatro partes: una huyó, otra matamos, otra prendimos, y la otra se ahogó. Quédate con Dios, que yo me voy a cenar a Fuenterrabía".
Al día siguiente el almirante paseó su vista por la ciudad en ruinas. Habían caído sobre ella 16.000 balas de cañón. Ninguna casa quedaba intacta, y muchas estaban hundidas. Los enfermos y heridos se hallaban tendidos en rincones y zaguanes. Sus rostros demacrados componían la estampa de la verdadera magnitud de la tragedia.
De los 1.100 hombres de armas, sólo quedaron 400. La falta de munición se hizo acuciante al final del asedio: se había consumido todo el hierro y el plomo de la villa, por lo que se echó mano del peltre que había en las casas, y se llegó a disparar con plata.
La noticia de la victoria fue celebrada con grandes fiestas en todo el reino. Se escribieron obras de teatro, romances y versos sobre el suceso. Una de ellas, compuesta por el mismísimo Calderón de la Barca, hablaba irónicamente de la paliza que habían dado al francés. La defensa de Fuenterrabía era comparada con las de Sagunto y Numancia, para construir un nuevo mito del que la decadente monarquía sentía urgente necesidad.
El rey había asegurado grandes recompensas. Su valido, el conde-duque, les prometió "más mercedes que las que podían imaginar". Pero se trataba sólo de un lenguaje retórico, pues la Corona se encontraba en bancarrota... Un año después las brechas seguían abiertas y la ciudad en ruinas. Lo único que estaba ya en su mano era conceder títulos. Por su heroica defensa Fuenterrabía recibió el título de "ciudad". La "Muy noble, muy leal y muy valerosa" ciudad de Fuenterrabía.
El año siguiente, en el aniversario de la liberación, el alcalde recordó el voto hecho por la villa, y todos los vecinos subieron en solemne procesión al santuario de Guadalupe. Era el 8 de septiembre de 1639, y desde entonces hasta hoy sólo en contadas ocasiones ha dejado de celebrarse.
Paz con Francia
20 años más tarde, en 1659, Fuenterrabía volvió a situarse en el centro de atención del continente. Después de siglo y medio de continuas guerras, España y Francia iban a firmar aquí la histórica Paz de los Pirineos, así llamada porque se fijó esta cordillera como línea divisoria entre ambos reinos. El gran acontecimiento marcará el cénit de Fuenterrrabía como plaza diplomática.
Las negociaciones se desarrollaron en un islote en medio del cauce del Bidasoa, en la llamada Isla de los Faisanes, o Isla de la Conferencia, de soberanía compartida. Los vecinos de Fuenterrabía se trasladaron hasta allí, en todo género de embarcaciones, para contemplar las impresionantes comitivas de aquellos grandes señores, con sus casacas bordadas, sus carrozas y sus pelucas empolvadas.
Hicieron falta 24 conferencias para limar todos los puntos de fricción. Después de tres meses de interminables reuniones, se firmó la Paz, y se cantó un solemne Te Deum en la iglesia de Fuenterrabía. Al año siguiente, 1660, el acuerdo fue sellado con una boda entre el rey de Francia, Luis XIV, llamado el rey Sol, y María Teresa de Austria, hija primogénita del rey de España Felipe IV. El enlace tuvo lugar el 6 de junio en Fuenterrabía en una extraña ceremonia.
Una gran multitud de personajes de la corte, caballeros, criados, damas con aparatosos vestidos –estilo Las Meninas-, llenaban las estrechas calles de la ciudad. Llegaron también personajes notables de los territorios cercanos, y del reino de Francia. Sólo faltaba un detalle, pero muy importante: el novio. La boda se celebró "por poderes". Luis XIV esperaba en San Juan de Luz, donde unos días después debía ratificarse el compromiso con una nueva ceremonia. Todo ello, como se ve, muy propio del gusto barroco, con su gran afición por lo rebuscado, sofisticado y complejo.
Uno de los encuentros entre ambos monarcas, en presencia de María Teresa
Al día siguiente, Felipe IV tenía una entrevista con su hermana, la reina madre de Francia, a la que no veía desde hacía 25 años. Embarcó en Fuenterrabía en una preciosa góndola, acompañado de su hija, y se dirigió a la Isla de los Faisanes, donde transcurriría el encuentro.
Mientras tanto, Luis XIV, con la fogosidad de sus 20 años ardía en deseos de conocer a su esposa. Ni corto ni perezoso, montó a caballo en San Juan de Luz, cabalgó 18 kilómetros y se presentó en la isla, donde pudo contemplarla disimuladamente, escondido tras otra persona. Ella, al descubrirlo, se puso muy encendida.
Acabada la entrevista, cuando la comitiva regresaba nuevamente por el río, el monarca francés -montado en su brioso caballo- la siguió río abajo, acompañándola por la orilla. En un momento se detuvo para contemplar con calma a su esposa, haciéndole a su paso un majestuoso saludo, al que contesto Felipe IV con su sombrero... y María Teresa poniéndose en pie y con una graciosa reverencia.
Diego Velázquez murió en Madrid, tras su viaje a Fuenterrabía
Todas estas ceremonias trajeron hasta Fuenterrabía a un invitado de excepción: el genial pintor Diego Velazquez, que tenía el cargo de Aposentador Mayor del Rey. Parsimonioso, concienzudo y leal, Velánquez era uno de los hombres de mayor confianza de Felipe IV, y se ocupaba en esta ocasión de que todo estuviese a punto con la dignidad y el fasto que requería la ocasión: carruajes, cortinas, alfombras, decorados... Nada podía salir mal en un acontecimiento tan importante. El viaje tendría para él consecuencias fatales. El trabajo y los 72 largos días de camino dejaron agotado al pintor. A su vuelta a Madrid cayó enfermo y al cabo de unos días murió. Tenía 61 años. Su esposa le acompañó a la tumba siete días después.
Declive
El asedio de 1638, y su corolario, la Paz de los Pirineos, marcan el cénit de Fuenterrabía, pero también el comienzo de su decadencia. A partir de entonces, la historia de la ciudad será un lento y prolongado declive.
El recinto intramuros, que contaba unas 2.000 almas, irá poco a poco perdiendo habitantes. La importancia militar de la plaza irá cediendo terreno, en beneficio de San Sebastián y de la misma Irún. Aunque aún sufriría dos asedios durante el siglo XVIII, empezó a ser considerada como una plaza menor.
Irún seguía perteneciendo todavía a la jurisdicción de Fuenterrabía, al igual que Pasajes y Lezo. Todas ellas solicitaron la desanexión a comienzos del siglo XVII, como hicieron muchas localidades que obtuvieron entonces el título de villa. Pero Fuenterrabía se opuso enérgicamente a su independencia, pues el monopolio comercial que ello suponía era su última posibilidad de salir adelante. Una y otra vez la Corona le dio su respaldo, negándose a perjudicar a una plaza siempre fiel y valerosa.
Irún lo seguirá intentando insistentemente, hasta que por fin consiguió la desanexión en 1766, poniendo fin a varios siglos de continuos pleitos y enfrentamientos. Para entonces Irún tenía ya más habitantes que Fuenterrabía y era una plaza militar más importante. La suerte de la antigua villa estaba echada.
La estocada final llegó en 1794, cuando los revolucionarios franceses entraron en la ciudad tras un asedio de 7 días. Uno de sus primeros objetivos fue la iglesia de Santa María, cuyos santos vistieron de uniforme y colocaron en las murallas como si estuvieran defendiendo la maltrecha plaza. Luego recorrieron la ciudad saqueándola y devastándola, causaron grandes destrozos en el castillo y volaron la mitad de las murallas.
Aquello supuso el fin de la plaza militar. 9 asedios había sufrido la ciudad a lo largo de su historia y aquel sería el último. Los generales que la visitaron para evaluar los daños no hicieron otra cosa que certificar su muerte: la plaza fuerte había dejado de existir.
En esta ocasión, la ciudad había caído con una facilidad desconcertante, y se planteó la duda de si había luchado con suficiente valor. Se abrió una investigación militar y se concluyó que la ciudad había cumplido sus obligaciones y que podía seguir conservando los timbres ganados en 1638: “muy noble, muy leal y muy valerosa ciudad”. Para despejar toda duda, el rey le concedió cinco años después el título de “muy siempre fiel”, como había solicitado reiteradamente.
La ciudad afrontaba el siglo XIX sumida en una profunda crisis: sembrada de ruinas y sin otras perspectivas económicas que la pesca y su modesta agricultura. Pero a finales de siglo empezará a surgir el turismo como una nueva y prometedora fuente de riqueza. La creciente colonia de veraneantes la ayudarán a expandirse y a redefinirse como ciudad, hasta convertirse en una plaza turística de primer orden.
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