La flota británica, al mando de Horatio Nelson, atacó en forma de dos columnas paralelas en perpendicular a la línea formada por Villeneuve, lo que le permitió cortar la línea de batalla enemiga y rodear a varios de los mayores buques enemigos con hasta cuatro o cinco de sus barcos. En un día de vientos flojos, la flota combinada navegaba a sotavento, lo que también daba la ventaja a los británicos y, para colmo de desdichas, Villeneuve dio la orden de virar hacia el noreste para poner rumbo a Cádiz en cuanto tuvo constancia de la presencia de la flota británica. El cuerpo español no estaba de acuerdo en esto. Al parecer, Churruca, mientras leía las señales con el anteojo, manifestó: «el almirante no sabe lo que hace, la flota está perdida». Villeneuve intentaba huir casi sin presentar batalla, cuando la flota combinada francoespañola era, en cuanto a navíos, superior a la británica.
La virada se realizó desordenadamente, ya que la virada en redondo con viento flojo tomó mucho tiempo a determinadas unidades muy pesadas y poco maniobreras. La línea de combate quedó deshecha y desaprovechada su mayor potencia de fuego. El ataque de Nelson desorganizó completamente la línea, consiguiendo la división de ésta en tres. Esto permitió a la escuadra de Nelson capturar a los barcos franceses y españoles, cortar la línea y batirles con artillería por proa y popa, los puntos más vulnerables de este tipo de embarcaciones. El combate empezó al mediodía, cuando un cañonazo de un navío de la retaguardia de la combinada disparó contra el Royal Sovereign que mandaba Cuthbert Collingwood.
Para colmo de despropósitos, la escuadra de vanguardia quedó aislada del combate y se alejó considerablemente del centro de la batalla aún a pesar de las explícitas órdenes generales que dictaban que «si un capitán no está en el fuego, diríjase al fuego». El Bucentaure izó enseñas repetidamente para que la escuadra de vanguardia virase hacia el combate, orden que, inexplicablemente no fue atendida al momento por Dumanoir al mando de la agrupación. Algunos buques franceses y todos los españoles de esta escuadra viran hacia el fuego; sin embargo, Dumanoir, en un acto de cobardía, huye con su barco, el Formidable, junto a tres más: el Mont-Blanc, mandado por Lavillesgris; el Duguay-Trouin, mandado por Touffet y el Scipion, mandado por Berenguer. Estos cuatro barcos huidos (todos franceses) fueron apresados por la flota británica doce días después de la batalla de Trafalgar, cuando intentaban ganar la costa francesa a la altura de cabo Ortegal. Posteriormente, Dumanoir manifestó no haber visto la orden del Almirante debido a la humareda reinante.
Casi una hora y media después de empezar el combate, Horatio Nelson muere, alcanzado por un tirador del Redoutable que disparó desde la jarcia. Una bala de mosquete le entró por el hombro siguiendo una trayectoria descendente hasta quedar alojada en la columna vertebral. Inmediatamente, Nelson fue trasladado a la bodega para que un cirujano se ocupara de él, aunque desde el primer momento pudo constatarse la gravedad mortal de la herida. A causa de ella, Nelson se fue desangrando en una lenta agonía, rodeado de sus más fieles oficiales. Durante la misma tuvo momentos de delirio y otros de lucidez. Hubo tiempo de informarle de la victoria de las armas británicas, tras lo cual pronunció su famosa frase: «Gracias a Dios he cumplido con mi deber». Sus últimas palabras fueron «Dios y mi país».
El cadáver de Nelson fue desnudado y conservado en un barril de brandy de jerez para evitar su deterioro en la travesía hasta Londres. A su llegada fue enterrado con honores militares en una ceremonia de una solemnidad nunca antes conocida en el Reino Unido. Actualmente yace en la cripta de la catedral de San Pablo de Londres.
VICTORIA INGLESA Y DERROTA DE FRANCESES Y ESPAÑOLES
En el espacio de dos horas, la mayoría de los navíos más importantes de la flota franco-española ya se habían rendido o ya no disparaban sus cañones. En este tiempo, Gravina había sido herido y más tarde encontraron la muerte Dionisio Alcalá Galiano, en el Bahama, y Cosme Damián Churruca, en el San Juan Nepomuceno. Los comandantes quedaban la mayoría heridos, así como sus segundos. Casi al final del propio combate (hacia las 6 p.m.), el navío francés Achille, del capitán Deniéport, hizo explosión. El motivo fue que se incendió la santabárbara.
A las seis y media de la tarde finalizó el combate, quedando la flota franco-española aniquilada en todos los sentidos. La mayoría de los barcos españoles y franceses que habían sido apresados por la flota británica fueron llevados a Gibraltar. Esa noche se desató una tormenta; algunos barcos no pudieron aguantar, como el Santísima Trinidad, que se hundió con los heridos; otros pudieron llegar a las costas del golfo de Cádiz.
Esta derrota no solo significó el fin del intento napoleónico de domino marítimo, sino también el alejamiento de España como potencia colonial y marítima, ya que tardaría varias décadas en recuperarse de este duro golpe.
Los jefes muertos en combate
A pesar de saberse vencidos de antemano, y conocedores de su inferior posición táctica, los capitanes y las tripulaciones españolas y francesas se batieron con auténtica heroicidad durante horas contra un enemigo claramente superior, de tal forma que en algunas ocasiones ni siquiera quedó un oficial que rindiera el navío tras la batalla, puesto que muchos de ellos terminaron muriendo o fueron gravemente heridos en la cubierta superior, donde se encontraban a tiro de metralla de las carronadas y de los tiradores apostados en los palos de los buques enemigos. En Trafalgar murieron, entre muchos otros, Cosme de Churruca, alcanzado por un disparo de cañón en una pierna; Luis Pérez del Camino Llarena, Dionisio Alcalá Galiano y Francisco Alcedo y Bustamante. El vicealmirante Federico Gravina y Nápoli moriría meses más tarde a causa de las heridas sufridas en esta batalla.
Francia perdió doce de sus dieciocho barcos, con 2218 muertos, 1155 heridos y unos 500 prisioneros capturados por los británicos. Solo un tercio de los 15 000 franceses participantes en la batalla volvieron un día a Francia. El Reino Unido sufrió en Trafalgar 449 muertos (entre los que, además de Nelson, estaban trece de sus mejores oficiales) y 1241 heridos. Un costo significativo en una victoria que, desde luego, consolidó el liderazgo incuestionable de la armada británica en todos los mares. Para los españoles, Trafalgar fue una derrota dura que pronto adquirió connotaciones trascendentes. Los efectos trágicos fueron bien patentes. España perdió diez de los quince barcos con los que luchó, con un total de 1022 muertos, 1383 heridos y unos 2500 prisioneros, del total de 12 000 españoles que intervinieron en la batalla.
Un tirador de la cofa del Redoutable, comandado por el capitán Jean-Jacques de Lucas, acabó con la vida del almirante inglés Nelson durante el transcurso de la batalla, al combatir el almirante con todas sus insignias y honores cosidos en su casaca y ser fácilmente distinguible del resto.
CONSECUENCIAS DE LA BATALLA
Esta batalla frustró la intención de los franceses de invadir, o al menos bloquear, por mar al Reino Unido (tal y como el lord del Almirantazgo británico John Jervis había dicho con sorna en 1801: «Yo no digo que los franceses de Napoleón no vayan a venir, pero desde luego, no vendrán por mar») y supuso el comienzo del poderío naval británico, que duraría un siglo.
Villeneuve fue enviado preso a Inglaterra, pero fue puesto en libertad bajo palabra. Volvió a Francia en 1806. El 22 de abril de 1806 se le encontró muerto en su habitación del Hotel de Patrie, en Rennes, apuñalado en el pecho seis veces. Se informó que Villeneuve se había suicidado y se le enterró sin ceremonia alguna. Probablemente fuera víctima de una ejecución extrajudicial ordenada por Napoleón o por elementos de su gobierno para evitar el bochornoso espectáculo de un juicio y posterior ejecución en la capital del imperio de un almirante derrotado.
Esta contienda naval no significó en absoluto la destrucción de la armada española ya que, de los aproximadamente 15 navíos españoles que combatieron, fueron menos de siete los hundidos. La flota de guerra hispana contaba con 45 navíos de tres puentes que se pudrieron en los puertos españoles durante la Guerra de Independencia forzados a ese lamentable estado debido a la ocupación francesa.
La batalla, aunque hubiera sido una victoria franco-española, no hubiera determinado la guerra contra el Reino Unido, ya que los británicos hubieran podido rearmarse y llevar a las inmediaciones de Cádiz otra flota igual o superior a la de Nelson (tenían una armada de más de 100 navíos de línea), no obstante, una eventual victoria aliada hubiese iniciado la consolidación del poder napoleónico en el mediterráneo.
Con todo, la batalla de Trafalgar otorgó a los británicos el dominio absoluto de los mares no solo durante las campañas napoleónicas, sino también durante la práctica totalidad del siglo XIX. No en vano está dedicada a Trafalgar la plaza más importante de la ciudad de Londres. Asimismo, se pueden encontrar calles dedicadas a esta batalla en varias ciudades españolas, tal es el caso de Algeciras, Barcelona, Leganés, Málaga o la propia capital, Madrid.
El hecho que la flota española fuera fuertemente debilitada durante la batalla de Trafalgar dificultó el tráfico comercial y militar así como el control de las colonias españolas en América, con lo que, sumado a la situación de conflicto que se daba en Europa, se facilitó el éxito de los patriotas en las guerras de independencia hispanoamericanas que se dieron a partir del año 1810.
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